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viernes 22 noviembre 2024

Salones recreativos de Japón al borde del «game over» por coronavirus

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Por Mathias CENA / AFP

No son ni las 20H00 pero el salón de videojuegos de arcade Mikado, en un barrio de estudiantes de Tokio, invita a sus pocos clientes a ir dejando las maquinitas, a causa de las restricciones impuestas frente al covid-19.

Como otros establecimientos que suelen abrir por la noche, Mikado debe cerrar antes de lo habitual debido al estado de emergencia instaurado en una parte del país a principios de enero. 

«Es justo cuando la sala empieza a llenarse normalmente», comenta preocupado Yasushi Fukamachi, uno de los responsables del salón, especializado en videojuegos de combate retro. 

En general, los aficionados a las 250 maquinitas de arcade que tiene el local suelen llegar al terminar su jornada laboral, por lo que en esta tarde de principios de febrero solo hay unos cuarenta clientes en la sala.

Al contrario de lo que sucede con los bares y restaurantes, los salones recreativos no pueden optar a ninguna de las ayudas del gobierno. Esto los ha sumido en una situación financiera crítica, y más aún después del primer estado de emergencia declarado en Japón, en la primavera boreal de 2020, que ya les afectó de lleno. 

En aquel entonces, los salones recreativos tuvieron que cerrar completamente durante casi dos meses y los «clientes tardaron en volver», según Fukamachi.

Mikado no alcanzó hasta noviembre un volumen de facturación similar al de antes de la pandemia, pero la situación sanitaria en Japón volvió a empeorar a finales de año.

«Los ingresos volvieron a bajar a finales de diciembre, al 50%» de su nivel habitual, estimó Fukumachi, pese a las precauciones que tomaron los dueños, como la instalación de paneles entre las máquinas y la desinfección diaria de las monedas de 100 yenes. 

Quiebras en cadena

Ya antes de la pandemia «las salas pequeñas independientes estaban cerrando a buen ritmo», subrayó Morihiro Shigihara, periodista y escritor, y antaño gerente de un salón de recreativos.

Según las estadísticas de la policía, encargada de otorgar las licencias de este tipo de establecimiento, el número de locales de arcade en Japón lleva décadas en declive, pasando de unos 22.000 en 1989 a 4.000 en 2019.

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Pero desde el pasado otoño varios salones emblemáticos de Tokio quebraron, sobre todo en los barrios de Akihabara y Shinjuku, conocidos por su oferta de ocio. 

«El hecho de que hasta las grandes salas cierren en cadena es la prueba de que la situación es particularmente grave», juzgó Shigihara. 

El gigante de los videojuegos Sega también vendió hace poco la mayoría de sus salones recreativos. 

El sector vivió su época dorada en los años 1980-1990 con juegos emblemáticos como «Space Invaders» y «Pac-Man», pero luego se vio fuertemente perjudicado por la competencia de las videoconsolas y los juegos para el celular.

Los salones recreativos se vieron forzados a evolucionar y en 2017, los videojuegos, responsables de un tercio de sus ingresos en 1993, no representaban más que un 13%, según la Asociación japonesa de la Industria del Entretenimiento (JAIA).

Ahora son las máquinas «atrapa peluches» las que más beneficios reportan (más de la mitad de los ingresos).

«Sobrevivimos como cucarachas»

Los salones de arcade, casi desaparecidos en numerosos países, han sobrevivido en Japón gracias a su importante papel social. 

«Uno de los placeres de las salas de arcade es poder entablar conversación con la gente», explica a la AFP un cliente habitual del Mikado, Atsushi Nakanishi, de 43 años. 

La sala «donde iba cerró y perdí el contacto con la gente con la que me juntaba allí», dice por su parte Hiroshi Suzuki, de 28 años. «Es triste, es un lugar de convivencia y de socialización que ha desaparecido». 

«Sobrevivimos un poco como cucarachas», comenta sonriendo Fukamachi, gerente de la sala Mikado. Ahora, contempla lanzar una nueva campaña de financiación participativa, un método con el que consiguió el equivalente a 300.000 euros (363.700 dólares) la pasada primavera boreal. 

Ante la llegada de donaciones, «sentimos todo el amor de los clientes que nos apoyaron», cuenta, emocionado. «Echar la llave sería traicionarles».

Pero habrá que adaptarse a los tiempos después de la pandemia, pues «a la larga, el estilo de vida cambia, con la generalización del teletrabajo y la disminución de las salidas», advierte. 

© Agence France-Presse / Color Visión

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