AgenciaEFE, Colombo.- Los familiares de las 290 víctimas mortales de Sri Lanka siguen llegando a Colombo para identificar a sus seres queridos, entre el dolor por la tragedia y la incomprensión ante una serie de ataques coordinados que golpearon a iglesias y hoteles de lujo durante el Domingo de Resurrección.
En la estrecha calle que da a la morgue del Hospital Nacional, donde han sido trasladados la mayor parte de los fallecidos y de los 500 heridos, el goteo de madres, padres, hermanos y otros familiares de las víctimas es continuo y muchos contienen a duras penas las lágrimas al confirmar sus peores sospechas.
Sara llegó hoy a la capital esrilanquesa desde la ciudad central de Candy después de perder el contacto con su hermana mayor.
“Mi hermana menor me llamó y me dijo que nuestra hermana mayor había ido a la iglesia. La llamé al teléfono, pero no conseguí respuesta”, explica a Efe Sara, perteneciente al 7,4 % de la población cristiana en este país de mayoría budista.
La mujer no perdió la esperanza de encontrar con vida a su hermana, a la que vio por última vez la semana pasada durante las celebraciones del año nuevo esrilanqués.
Pero tras una infructuosa visita a la iglesia de San Antonio de Colombo, donde tuvo lugar uno de los ataques, Sara y su hermana se dirigieron a la morgue y se encontraron finalmente con el cuerpo sin vida de su familiar.
“Estábamos muy felices la última vez que nos vimos, no creo que se esperase un final así. Solo tenía una hija, y su marido había muerto hace años”, lamenta.
Al borde de las lágrimas, la mujer afirma que no desea ver a su país sufrir un atentado similar “nunca más” en una nación que vivió durante casi tres décadas una guerra civil entre la guerrilla tamil y el Gobierno que dejó, según datos de la ONU, más de 40.000 civiles muertos.
La historia de Sara, que relata frente a la puerta desde la que militares y personal médico ataviados con máscaras no dejan de cargar ataúdes en furgonetas -coches fúnebres improvisados-, coincide con la de tantos otros familiares reunidos.
Nuwan, de 24 años, afirma “no saber qué hacer” tras haber descubierto el fallecimiento de su hermana mayor, Rakhila, de 27 años.
El joven recuerda con amargura cómo dejó a su familia “temprano por la mañana” frente a la iglesia y les pidió que le avisasen tras la misa.
La llamada nunca llegó, y solo descubrió la tragedia cuando alguien respondió al teléfono de uno de sus familiares para avisarle del atentado.
Transcurrido un día de la serie de atentados coordinados que golpearon tres hoteles de lujo en Colombo y una iglesia en la capital, otra en la ciudad occidental de Katana y una tercera en la oriental Batticaloa, las marcas de las explosiones están todavía frescas.
Los cristales se agolpan a los pies de la iglesia de San Antonio, en el norte de Colombo, al igual que el dispositivo de seguridad y los vecinos y curiosos que han acudido a mostrar sus respetos al templo.
Uno de los habitantes de la zona, P. L. Anton, explicó a Efe cómo se vio sobresaltado por una explosión que en un primer momento atribuyó a un pinchazo.
“Creímos que una rueda había explotado hasta que salimos a la calle y vimos la densa columna de humo y a gente herida corriendo por todos lados”, recordó.
Numerosos fieles habían acudido hasta la iglesia con motivo del Domingo de Resurrección.
Pero el lugar de culto es mucho más que un punto de encuentro para los cristianos, ya que personas de todas las religiones visitan con frecuencia la iglesia, apuntó el padre Jude Fernando, que se encontraba oficiando misa en el momento del atentado y escapó ileso “gracias a Dios”.
“Nunca había escuchado una explosión así”, explica.
El religioso se declara incapaz de precisar la fuente de la explosión, aunque según el Gobierno de Sri Lanka se trató de una serie de ataques suicidas coordinados.
De lo que sí está seguro Fernando es del cariño y apoyo expresado por la gente ante la tragedia.
“Quiero pedirle a todo el mundo que rece por nosotros y que mantenga la calma, pido que no hagan ninguna tontería”, pidió.
¿Quién entrenó a los suicidas?, ¿de dónde salieron las bombas que detonaron para arrebatar 290 vidas?, se ha preguntado hoy el ministro de Salud, Rajtha Senraratne, en una rueda de prensa.
Pero a Philip, un religioso de 52 años, no va tan lejos en sus preguntas: un por qué le bastaría.
Philip busca en un hospital de Colombo a una joven de 17 años perteneciente a su iglesia local, hasta ahora sin éxito.
“¿Qué podemos decir? Me pone muy triste que todo esto haya ocurrido”, resume, acompañado de familiares de la joven desaparecida.