El estrecho de Ormuz representa actualmente el paso marítimo por el que más hidrocarburos transitan a diario a nivel planetario.
Redacción.-La importancia del estrecho de Ormuz para la economía global es indiscutible y cualquier interrupción en este flujo podría tener consecuencias devastadoras. Por esta razón, las recientes tensiones con Irán han puesto en alerta a los mercados internacionales. Sin embargo, las amenazas no son meramente teóricas; el precio del Brent ya ha subido un 10%, superando los 77 dólares por barril, y los expertos advierten que el barril de crudo podría escalar hasta los 100 dólares si la situación se agrava. Nos enfrentamos a un escenario donde una caída en el suministro de hidrocarburos sería, a medio plazo, devastadora para la economía mundial.
Irán amenaza con bloquear el estrecho de Ormuz.
Tras los recientes ataques de Estados Unidos contra tres instalaciones nucleares iraníes (Fordó, Natanz e Isfahán), el Parlamento de Irán ha solicitado formalmente el cierre del estrecho de Ormuz. Esta decisión, que requiere la aprobación del Consejo Supremo de Seguridad Nacional, ha provocado inquietud inmediata en los mercados internacionales.
El general Esmaeil Kowsari, miembro del Comité de Seguridad del Parlamento, confirmó que el hemiciclo «ha alcanzado un consenso» para cerrar este paso estratégico. Sin embargo, la decisión final recae en un órgano que incluye al presidente iraní Masud Pezeshkian, varios ministros y representantes del líder supremo.
Esta no es la primera vez que Irán, que se considera guardián del golfo, amenaza con bloquear el estrecho. Desde 2018, cuando Estados Unidos se retiró del acuerdo nuclear internacional, los incidentes en esta zona marítima se han multiplicado. En 2019, tras el endurecimiento de sanciones contra Teherán, y nuevamente en 2021, las autoridades iraníes amenazaron con interrumpir el tránsito en respuesta a las presiones occidentales.
Como consecuencia de la amenaza actual, aunque no se ha materializado, ya se han registrado efectos económicos inmediatos. El precio del Brent se disparó un 2,4% hasta los 78,89 dólares por barril, mientras el West Texas subió a 75,71 dólares. Además, Goldman Sachs calcula que si el estrecho permanece cerrado durante un mes, el crudo podría alcanzar los 110 dólares.
Ante esta situación, la alta representante de la Unión Europea para Política Exterior, Kaja Kallas, ha advertido que el cierre «sería extremadamente peligroso y no sería bueno para nadie». Por su parte, China ha instado a la comunidad internacional a «intensificar sus esfuerzos para promover la distensión de los conflictos».
El dilema para Irán es considerable, pues cerrar el estrecho afectaría gravemente a su propia economía, sometida a sanciones internacionales y dependiente de la venta de petróleo. Particularmente, complicaría su relación con China, que compra entre el 80 y 90% del petróleo iraní transportado principalmente a través de este paso.
El estrecho de Ormuz concentra el comercio global de hidrocarburos.
Con apenas 33 kilómetros de ancho en su punto más angosto y canales navegables de solo 3 kilómetros en cada dirección, el estrecho de Ormuz funciona como el cuello de botella más crucial del sistema energético mundial. Este paso estratégico, ubicado entre Irán y Omán, conecta el Golfo Pérsico con el Golfo de Omán y, a través de este, con el Océano Índico.
La magnitud del tránsito petrolero por esta vía es descomunal. Según la Administración de Información Energética de Estados Unidos (EIA), durante el primer trimestre de 2025 circularon diariamente 20,1 millones de barriles de petróleo, lo que representa aproximadamente el 20% del consumo mundial global. Además, entre el 20% y el 30% del gas natural licuado (GNL) del planeta atraviesa estas aguas.
Por otro lado, el control del estrecho está dividido formalmente entre Irán, que domina la parte norte, y Omán, que administra la zona sur. Sin embargo, la capacidad real de influencia la ejerce Irán gracias a su flota naval, baterías de misiles en tierra, drones de vigilancia y ataque, e incluso capacidades cibernéticas.
En términos de dependencia comercial, las exportaciones energéticas de varios países clave dependen casi por completo de este paso. Arabia Saudí envía 5,3 millones de barriles diarios, cerca de la mitad de su producción total. Asimismo, Irak (3,2 millones), Emiratos Árabes Unidos (1,8 millones), Kuwait (1,4 millones) e Irán (1,5 millones) dependen crucialmente de esta vía.
Los principales destinos de estos hidrocarburos son las potencias asiáticas. China recibe 5,4 millones de barriles diarios (27% del total), India 2,1 millones, Corea del Sur 1,7 millones y Japón 1,6 millones. De hecho, aproximadamente el 82% del crudo que transitó por el estrecho en 2022 se dirigió a los mercados asiáticos.
Respecto a Europa, su dependencia es menor pero significativa: recibe 0,5 millones de barriles diarios (3,4% del total). Estados Unidos, por su parte, importa apenas 0,4 millones de barriles (1,9%), habiendo reducido su dependencia del estrecho en los últimos años.
Aunque el estrecho está sujeto al derecho internacional marítimo bajo la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, que garantiza el paso para todas las embarcaciones, Irán ha sostenido históricamente que tiene derecho a restringir el tráfico ante amenazas a su seguridad nacional.
Podría desatarse una crisis energética global
Las consecuencias económicas de un posible cierre del estrecho de Ormuz serían inmediatas y devastadoras para la economía mundial. Además del conflicto militar, ya existen señales preocupantes: cerca de 1.000 barcos diarios experimentan interferencias en sus señales GPS cerca de la costa iraní, complicando la navegación segura, especialmente durante la noche o en condiciones de baja visibilidad.
Los analistas de JP Morgan e ING anticipan que, si Irán concreta su amenaza, el precio del petróleo podría escalar hasta los 120 o 130 dólares por barril. Esta situación desencadenaría un shock energético global con efectos en cadena: inflación disparada, aumento de tarifas energéticas y posibles subidas de tipos de interés para contener la espiral inflacionaria.
Asia sería la región más vulnerable ante este escenario. El 82% del petróleo que transita por el estrecho se dirige a mercados asiáticos, con China, India, Japón y Corea del Sur absorbiendo casi el 70% de ese volumen. Por consiguiente, cualquier interrupción pondría en riesgo inmediato su suministro energético.
En Europa, aunque la dependencia es menor, las consecuencias serían igualmente graves. Países como Alemania, cuyas reservas de gas están apenas al 46% de su capacidad, enfrentarían serias dificultades para mantener su producción industrial.
El conflicto ya ha generado efectos inmediatos: las tarifas de los petroleros hacia Asia subieron casi 20% en tres sesiones y hacia África más de 40%. La Agencia Internacional de Energía estima que solo 4,2 millones de barriles diarios podrían desviarse por rutas terrestres alternativas, apenas una cuarta parte del flujo habitual por el estrecho.
Los expertos coinciden en que incluso la mera amenaza de cierre ya introduce un riesgo geopolítico sustancial en los precios del crudo. Si se materializa un bloqueo prolongado, según Deutsche Bank, el petróleo podría superar los 120 dólares, provocando efectos similares a la crisis energética de 1973, cuando los mercados cayeron un 17% en pocas semanas.
Consecuencias globales ante una crisis inminente
El estrecho de Ormuz se presenta, sin duda alguna, como el punto neurálgico del comercio energético mundial. La amenaza de su cierre por parte de Irán no representa únicamente un desafío geopolítico, sino una verdadera espada de Damocles sobre la economía global. Ciertamente, los efectos ya son palpables con el aumento del 10% en el precio del Brent, aunque esto podría ser apenas el principio de una crisis mucho mayor.
Las consecuencias económicas resultarían devastadoras para todos los actores involucrados. Por un lado, los países asiáticos sufrirían el golpe más severo, dado que el 82% del petróleo que atraviesa estas aguas tiene como destino sus mercados. Por otro lado, aunque Europa muestra menor dependencia, enfrentaría igualmente graves disrupciones en su suministro energético.
Fundamentalmente, debemos comprender que no estamos ante una simple disputa regional. El bloqueo de este paso estratégico dispararía los precios del crudo hasta niveles potencialmente superiores a los 120 dólares por barril, según estimaciones de Deutsche Bank. Durante este proceso, veríamos un efecto dominó: inflación descontrolada, encarecimiento energético generalizado y posibles alzas en los tipos de interés.
Adicionalmente, las alternativas de transporte resultan insuficientes. La Agencia Internacional de Energía calcula que apenas 4,2 millones de barriles diarios podrían redirigirse por rutas terrestres, una fracción del flujo habitual de 20 millones que circula por el estrecho.
La paradoja de esta situación radica en que Irán, al bloquear el estrecho, también perjudicaría gravemente su propia economía, especialmente su relación comercial con China, comprador del 80-90% de su petróleo. De esta manera, nos encontramos ante un juego geopolítico donde todas las partes tienen mucho que perder.
Finalmente, la historia nos muestra que las crisis energéticas pueden desencadenar recesiones globales prolongadas. La situación actual evoca recuerdos de la crisis de 1973, cuando los mercados cayeron un 17% en pocas semanas. Aunque todavía existe espacio para la diplomacia, la escalada de tensiones en esta región crítica amenaza con desestabilizar un sistema económico mundial ya de por sí frágil tras años de pandemia e inflación. El destino de la economía global pende, literalmente, de un estrecho de apenas 33 kilómetros de ancho.