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domingo 27 abril 2025

¿Qué significa el viernes santo? La historia sagrada que debes conocer

Conmemoramos la pasión, muerte y sepultura de Jesucristo

Redacción.-El Viernes Santo representa uno de los días más santos y solemnes de nuestra fe cristiana, donde conmemoramos la pasión, muerte y sepultura de Jesucristo. Como fieles, este día nos invita a reflexionar profundamente sobre el sacrificio supremo realizado por nuestra salvación.

Durante este día significativo del Triduo Pascual, no celebramos la eucaristía tradicional. En cambio, participamos en la Liturgia de la Pasión del Señor, donde revivimos el doloroso camino de Jesús a través de las 14 estaciones del Vía Crucis. Además, el color litúrgico rojo nos recuerda la sangre derramada por Cristo en su sacrificio.

Exploraremos juntos el profundo significado del Viernes Santo, desde los acontecimientos en el Huerto de los Olivos hasta la sepultura de Jesús, para comprender mejor esta fecha fundamental de nuestro calendario cristiano.

La Pasión de Cristo: el inicio del Viernes Santo

La historia sagrada del Viernes Santo comienza realmente la noche anterior, cuando Jesús, después de la Última Cena, se dirige con sus discípulos al monte de los Olivos. En un lugar llamado Getsemaní, Jesús experimenta una profunda angustia ante lo que está por venir.

Durante esta agonía, Jesús ora intensamente: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero que no sea como yo quiero, sino como quieras Tú». Mientras tanto, los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, a quienes pidió que velaran con él, caen rendidos por el sueño. Jesús, en su humanidad, siente miedo y soledad, tanto que llega a sudar gotas de sangre en su intenso sufrimiento.

Mientras Jesús ora por tercera vez, aparece Judas Iscariote guiando a una multitud armada con espadas y palos. Por treinta piezas de plata, Judas había acordado entregar a su Maestro mediante un beso, señal que permitiría identificarlo en la oscuridad del jardín. «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?», le pregunta Jesús, revelando la dolorosa traición.

Pedro, en un intento desesperado por defender a Jesús, corta la oreja de Malco, siervo del sumo sacerdote. Sin embargo, Jesús lo detiene y cura milagrosamente la herida del siervo, demostrando su misericordia incluso en esos momentos.

Después del arresto, Jesús es conducido primero a casa de Anás y luego ante Caifás, donde se había reunido el Sanedrín a pesar de lo avanzado de la noche. Este juicio nocturno viola las normas hebreas, que exigían que los procesos fueran diurnos y públicos. Durante el interrogatorio, buscan falsos testimonios contra él, pero no encuentran concordancia en ellos.

Finalmente, el sumo sacerdote le pregunta directamente: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios bendito?». Al responder Jesús afirmativamente, es declarado culpable de blasfemia. Comienzan entonces a burlarse de él, escupiéndole en la cara y golpeándolo, iniciando así el doloroso camino que culminará en la cruz, donde el Hijo de Dios entregará su vida por nuestra salvación.

El camino al Calvario y la crucifixión

El Vía Crucis representa el doloroso camino que recorrió Jesús desde el pretorio de Pilato hasta el monte Calvario. Esta antigua devoción, cuyas raíces se remontan a Jerusalén durante la época del emperador Constantino en el siglo IV, conmemora los diferentes momentos vividos por Jesús en su camino hacia la crucifixión.

Después de ser azotado y coronado con espinas, Jesús fue obligado a cargar su propia cruz. La corona de espinas fue especialmente cruel, posiblemente elaborada con ramas de la planta Ziziphus Spina-Christi o Paliurus aculeatus, ambas caracterizadas por sus espinas filosas. Esta corona no solo provocaba intenso dolor físico, sino que también representaba una burla a su realeza.

Durante el trayecto, marcado tradicionalmente por catorce estaciones, Jesús cayó tres veces bajo el peso de la cruz. En su agonía, encontró algunos momentos de compasión: Simón de Cirene fue obligado a ayudarle a llevar la cruz, mientras que una mujer llamada Verónica, según la tradición, limpió su rostro ensangrentado.

Finalmente, al llegar al Calvario, Jesús fue despojado de sus vestiduras y clavado en la cruz entre dos ladrones. Las Escrituras nos relatan que quienes pasaban lo insultaban diciendo: «Tú que derribas el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».

Uno de los ladrones, conocido como Dimas (el Buen Ladrón), reconoció la inocencia de Jesús y le pidió: «Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino», a lo que Jesús respondió: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».

En la cruz, Jesús pronunció siete frases conocidas como «Las Siete Palabras»:

  1. «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»
  2. «Hoy estarás conmigo en el paraíso»
  3. «Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu madre»
  4. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
  5. «Tengo sed»
  6. «Todo está cumplido»
  7. «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»

La muerte y sepultura de Jesús

Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó: «Eloi, Eloi, lamá sabactani», que en arameo significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Finalmente, pronunció sus últimas palabras: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» y, tras un fuerte grito, expiró.

En ese preciso instante, ocurrieron eventos extraordinarios: la cortina del templo se rasgó en dos de arriba abajo, hubo un terremoto y muchas tumbas se abrieron. Este velo rasgado tiene un profundo significado teológico, pues simboliza que el camino hacia el Lugar Santísimo quedaba abierto para todos. Ya no existiría separación entre Dios y los hombres gracias al sacrificio de Cristo.

El centurión romano que presenciaba estos acontecimientos reconoció: «Verdaderamente este hombre era justo» y «Realmente éste era Hijo de Dios», mientras la multitud regresaba a la ciudad golpeándose el pecho en señal de arrepentimiento.

Mientras tanto, un hombre rico llamado José de Arimatea, miembro respetado del Sanedrín que secretamente seguía a Jesús, actuó valientemente. A pesar del riesgo para su reputación, acudió directamente a Pilato para solicitar el cuerpo de Jesús.

Después de verificar con el centurión que Jesús había muerto, Pilato concedió el permiso. José, junto con Nicodemo (otro miembro del Sanedrín), desclavó el cuerpo de la cruz. Nicodemo trajo una mezcla de mirra y áloe, aproximadamente cien libras, para la preparación del cuerpo según la costumbre judía.

Ambos envolvieron a Jesús en lienzos de lino con las especias aromáticas y lo colocaron en un sepulcro nuevo que José había preparado para sí mismo, excavado en la roca. Era el día de la Preparación, víspera del sábado, por lo que debían apresurarse para terminar antes del inicio del descanso sabático.

Luego, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro. María Magdalena y otras mujeres, que habían seguido a Jesús desde Galilea, observaban atentamente dónde colocaban su cuerpo.

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