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miércoles 04 junio 2025

La caída de la dictadura de Trujillo: Lo que pasó el 30 de mayo

La dictadura Trujillo marcó uno de los capítulos más sangrientos en la historia latinoamericana, cobrando más de 50.000 vidas durante los 30 años que Rafael Leónidas Trujillo gobernó la República Dominicana.

Redacción.-Todo cambió la noche del 30 de mayo de 1961, cuando aproximadamente 60 balas impactaron el vehículo del dictador en una emboscada que duró apenas diez minutos.

A pesar de su brutal represión contra cualquier oposición, el fin de la dictadura de Trujillo llegó de manera violenta cerca de las 9:45 de la noche mientras se dirigía a su residencia en San Cristóbal. Analizaremos detalles sobre la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina, quien durante su régimen acumuló una fortuna personal estimada en 800 millones de dólares y controlaba aproximadamente el 60% de la industria azucarera dominicana. Exploraremos también quiénes fueron los conspiradores detrás de este acontecimiento histórico y las consecuencias inmediatas que siguieron al asesinato que finalmente terminó con décadas de terror.

El día que cambió la historia: 30 de mayo de 1961

El martes 30 de mayo de 1961 comenzó como cualquier otro día para Rafael Leónidas Trujillo. Sin embargo, antes de la medianoche, la dictadura Trujillo llegaría a su dramático final en una emboscada que cambiaría para siempre el destino de República Dominicana.

Aquel día, el dictador siguió su rutina habitual con disciplina militar. Se levantó cerca de las 5:00 de la madrugada, revisó informes de inteligencia en su residencia oficial (Estancia Rhadamés) y posteriormente se dirigió al Palacio Nacional. A las 9:00 recibió a Virgilio Álvarez Pina, conocido como «Don Cucho», un colaborador cercano. Luego visitó la Base Aérea de San Isidro, almorzó en el Palacio con varios colaboradores y un invitado estadounidense, y a las 5:00 de la tarde sostuvo una reunión con Joaquín Balaguer.

Mientras tanto, los conspiradores recibían información crucial. Miguel Ángel Báez Díaz, un conspirador encubierto, llamó a Antonio de la Maza a las 5:00 de la tarde para confirmarle que «El Jefe» viajaría esa noche a San Cristóbal. Esta noticia activó el plan de los siete hombres que ejecutarían el magnicidio: Antonio de la Maza, Antonio Imbert Barrera, Amado García Guerrero, Salvador Estrella Sadhalá, Huáscar Tejeda Pimentel, Pedro Livio Cedeño y Roberto Pastoriza.

A las 7:00 de la noche, ajeno a su destino, Trujillo visitó a su madre Julia Molina y realizó su caminata habitual por la avenida George Washington. Después visitó a su hija Angelita y se vistió con su uniforme militar verde olivo, señal inequívoca de que se dirigía a San Cristóbal.

Los conspiradores, distribuidos estratégicamente en tres vehículos con pistolas calibre 45, escopetas y carabinas M-1, esperaban al dictador en la autopista. A las 9:45 de la noche, en el kilómetro 9 de la carretera Santo Domingo-San Cristóbal, interceptaron el Chevrolet azul celeste donde viajaba Trujillo con su chofer Zacarías de la Cruz.

El enfrentamiento duró aproximadamente diez minutos. El vehículo del dictador recibió más de 60 impactos de bala, siete de los cuales alcanzaron el cuerpo de Trujillo, causándole la muerte. Imbert le disparó en el pecho y De la Maza sentenció con un último tiro: «¡Este guaraguao no come más pollos!».

Así, a las 10:10 de la noche del 30 de mayo de 1961, terminaba la vida del hombre que había dominado República Dominicana durante más de tres décadas.

El atentado: ejecución y errores

La emboscada contra Trujillo fue planificada minuciosamente por siete hombres decididos a terminar con la dictadura Trujillo. Aquella noche del 30 de mayo, los conspiradores utilizaron tres automóviles estratégicamente posicionados en el kilómetro 9 de la carretera Santo Domingo-San Cristóbal. El grupo portaba un arsenal que incluía pistolas calibre 45, escopetas recortadas y tres carabinas M-1 suministradas por la CIA en marzo de 1961.

Al identificar el Chevrolet Bel Air 1957 de Trujillo, los vehículos bloquearon el paso del dictador. Sin embargo, cuando el chofer Zacarías de la Cruz advirtió el peligro, Trujillo, mostrando su característica temeridad, ordenó: «Estoy herido, coge la ametralladora y prepárate a pelear». El tiroteo fue intenso; más de sesenta proyectiles impactaron el vehículo y seis balas alcanzaron el cuerpo del dictador. Antonio Imbert Barrera asestó el tiro definitivo, poniendo fin a la vida del hombre que había gobernado República Dominicana con mano férrea durante más de tres décadas.

A pesar del éxito en la eliminación física de Trujillo, el plan contenía errores fatales que costaron la vida a casi todos los participantes. Primero, los conspiradores dejaron armas registradas a sus nombres en la escena del crimen. Además, abandonaron un automóvil cerca del lugar. No obstante, el error más grave fue no eliminar al chofer Zacarías de la Cruz, quien sobrevivió y pudo identificarlos.

Otro problema crítico surgió cuando Pedro Livio Cedeño resultó gravemente herido durante el tiroteo, posiblemente por fuego amigo. La urgencia por atenderlo obligó a los conspiradores a buscar asistencia médica, y durante su delirio, Cedeño mencionó nombres clave que ayudaron a las autoridades a identificar a los implicados.

Tras el atentado, los conspiradores trasladaron el cuerpo de Trujillo en el maletero del automóvil de Antonio de la Maza. Intentaron comunicarse con el general José René Román Fernández, quien debía liderar el golpe de Estado posterior, pero no lograron contactarlo a tiempo. Esta descoordinación fue fatal, ya que permitió que Ramfis Trujillo (hijo del dictador) y Johnny Abbes García (jefe de inteligencia) tomaran el control de la situación.

De los valientes que ejecutaron el fin de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina, solo Antonio Imbert Barrera y Luis Amiama Tió sobrevivieron a la brutal persecución que siguió. Los demás fueron ejecutados en noviembre de 1961 en la Hacienda María, propiedad de la familia Trujillo en San Cristóbal.

Después del disparo: consecuencias del fin de la dictadura Trujillo

Tras los disparos fatales del 30 de mayo, los periódicos dominicanos anunciaron: «Cae vilmente asesinado el Benefactor de la Patria», mientras las emisoras de radio transmitían melancólica música clásica. El cadáver de Trujillo, encontrado en el maletero del automóvil de uno de los conspiradores, marcaba el inicio del fin de la dictadura Trujillo.

El 3 de junio, Ramfis Trujillo regresó precipitadamente desde París para dirigir la persecución y exterminio de los implicados en el atentado contra su padre. Ese mismo día, se realizaron las honras fúnebres en la iglesia Nuestra Señora de los Consuelos en San Cristóbal, donde aproximadamente 2,000 campesinos rodeaban histéricamente el templo. Dentro, los asistentes estaban fuertemente armados; senadores con pistoleras, generales y almirantes con armas de alto calibre. Únicamente el clero, los diplomáticos y el presidente Balaguer permanecían desarmados.

Durante la ceremonia, Joaquín Balaguer pronunció un emotivo discurso: «Querido Jefe. Hasta luego. Tus hijos espirituales… miraremos hacia tu sepulcro «. Sin embargo, según algunos testimonios, el cuerpo de Trujillo posiblemente no estaba presente en el ataúd, sino guardado en un congelador por temor a que los conspiradores lo profanaran.

Bajo presión internacional, especialmente de la OEA que visitó el país en septiembre y octubre de 1961, comenzaron las negociaciones para reformas democráticas. Mientras tanto, surgieron protestas públicas organizadas por movimientos como el Revolucionario 14 de Junio, el Partido Revolucionario Dominicano y la Unión Cívica Nacional.

La situación se volvió insostenible cuando el 14 de noviembre Ramfis renunció a la Jefatura del Estado Mayor. Al día siguiente, sus tíos Héctor y Arismendi Trujillo intentaron una solución militar, pero la movilización popular, presiones diplomáticas y el levantamiento del General Rodríguez Echavarría en Santiago forzaron a los Trujillo a abandonar el país el 18 de noviembre de 1961.

Antes de partir, perpetraron su último acto de crueldad: la ejecución en la Hacienda María de los conspiradores capturados. De todos los héroes del 30 de mayo, únicamente Antonio Imbert Barrera y Luis Amiama Tió sobrevivieron a la venganza trujillista.

A pesar del fin de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina, su legado político y cultural –el trujillismo– continuó permeando los gobiernos subsiguientes, demostrando que una tiranía puede terminar, pero su influencia persiste mucho después de los disparos.

La caída de Rafael Leónidas Trujillo significó, sin duda, un punto de inflexión para la República Dominicana. Durante 30 años, su régimen había sembrado terror, acumulado riquezas y eliminado cualquier oposición. No obstante, aquel 30 de mayo de 1961 demostró que hasta las dictaduras más feroces tienen su final.

Los siete hombres que ejecutaron el magnicidio pagaron un precio altísimo por su valentía. La mayoría murió brutalmente en los meses posteriores, víctimas de la venganza orquestada por Ramfis Trujillo. Únicamente Antonio Imbert Barrera y Luis Amiama Tió sobrevivieron para contar esta historia.

La historia dominicana cambió radicalmente aquella noche. Aunque el trujillismo como ideología no desapareció inmediatamente después de los disparos, la presión internacional, especialmente de la OEA, junto con las protestas populares, eventualmente forzaron a la familia Trujillo a abandonar el poder y el país.

Cabe destacar que este acontecimiento debe entenderse como parte de un contexto regional más amplio. Muchos países latinoamericanos enfrentaban dictaduras similares, aunque pocas tan sangrientas como la de «El Benefactor».

El asesinato del dictador dominicano nos recuerda, por tanto, la fragilidad del poder absoluto. Las seis décadas transcurridas desde aquel martes de mayo nos permiten reflexionar sobre las cicatrices que dejó el régimen y cómo la sociedad dominicana ha luchado por cicatrizarlas.

Finalmente, la caída de la dictadura Trujillo representa un capítulo fundamental en la búsqueda de democracia y libertad del pueblo dominicano. A pesar del alto costo humano, aquellos disparos en la carretera a San Cristóbal sentaron las bases para un futuro donde ningún dominicano tendría que vivir bajo el yugo de «El Jefe». La libertad, ciertamente, llegó empapada de sangre, pero llegó.

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