Maria, una paciente, estudiante de 24 anos, llega a la consulta y me confiesa con angustia que “tiene miedo a la vida”. Comencé a indagar sobre la misma y encontré tantos motivos por los que ella debía sentirse segura: la estabilidad de su vida familiar, su reciente enamoramiento, su vocación por los estudios. Pero ella contesto:
“Si, ya se que todo eso es estupendo, pero cuanto mejor estoy, mas me torturo pensando… y si muere mi madre, y si mi novio deja de quererme, y si pasa algo?”.
Esto es un signo de ansiedad, una ansiedad anticipatoria que no hace nada bien, sino que al contrario precipita eventos negativos. Pero este es un problema mas fuerte que la persona que lo padece por lo que se hace difícil dominarlo.
Estadísticamente, 3 de cada 4 personas que visitan al psicólogo padecen problemas de ansiedad. Además una gran parte de personas que visitan al medico por problemas físicos, en realidad padecen problemas de ansiedad.
En el mundo desarrollado, la ansiedad es el trastorno psicológico más común, seguido de la depresión y el abuso de alcohol y drogas.
Existe una frontera entre lo normal y lo patológico, cuando esta se traspasa la ansiedad que aparentemente no afecta en gran medida nuestra cotidianidad se convierte en nuestro enemigo. He aquí donde comienzan a convertirse en cuestiones como fobia social, agorafobia, pánico… La ansiedad fóbica puede aparecer no solo ante el objeto que la provoca, sino ante el hecho de imaginarlo. Las ideas y recuerdos multiplican el miedo y a veces obsesionan al fóbico, hasta el punto de hacerlo sentir cobarde e incapaz de afrontar física o psicológicamente el objeto de su fobia.
Se pueden aprender las fobias? Como ocurre en la génesis de la mayoría de los trastornos de ansiedad, la influencia de la familia resulta decisiva. Puede afirmarse sin duda que de padres fóbicos, hijos fóbicos. Esta transmisión de la fobia es involuntaria, naturalmente; algunos padres creen que protegen a sus hijos ante ciertas situaciones enseñando a evitarlas y en realidad los están haciendo más vulnerables a ellas. Hay que prestar atención a este extremo, porque el adulto reconoce su fobia y la irracionalidad de su miedo, pero quiza no repara en la influencia directa e indirecta que esta ejerciendo en el modo de entender el mundo que esta elaborando su hijo. Los ninos no reconocen las fobias, no las identifican y no pueden verbalizarlas como los adultos, pero su ansiedad existe y puede ser muy intensa, manifestandose en forma de llantos, pataletas, berrinches o necesidad de estar en brazos de sus padres.
Susana Wise