Este lugar permaneció semiabandonado durante décadas y hasta ahora solo unos pocos carteles, edificios en ruinas y los restos de lápidas con inscripciones en hebreo hablaban del horror que inundó este lugar.
Cracovia (Polonia) (EFE).- El campo de concentración de Plaszów, en las afueras de la ciudad polaca de Cracovia, abre sus puertas como museo este viernes para recordar la historia de los más de 6.000 fusilamientos y cientos de muertes más por trabajos forzados que ocurrieron allí, una tragedia recordada por la célebre película La Lista de Schindler.
Este lugar permaneció semiabandonado durante décadas y hasta ahora solo unos pocos carteles, edificios en ruinas y los restos de lápidas con inscripciones en hebreo hablaban del horror que inundó este lugar por el que pasaron decenas de miles de prisioneros, entre ellos algunos españoles.
Unas 150.000 personas, mayormente polacos y húngaros, murieron en Plaszów y, cuando llegó el Ejército Rojo de la Unión Soviética, en enero de 1945, solo quedaban vivos 2.000 prisioneros.
El infame comandante que diseñó y dirigió el campo fue Amon Goeth, que al mismo tiempo estaba a cargo del gueto judío de Cracovia y que dividió a la población judía en dos categorías: los que, por su edad o condición física, podían ser útiles para trabajos forzados, y los que serían enviados directamente a Auschwitz.
Este personaje, de quien se cuenta que solía asesinar a algún prisionero antes de desayunar para a veces entregárselo a su manada de perros dóberman, fue interpretado magistralmente por Liam Neeson en la célebre película de Steven Spielberg “La Lista de Schindler”, buena parte de la cual fue rodada en el campo de Plaszów.
La siniestra residencia del verdugo
La casa en la que, en una famosa escena del filme, el comandante del campo dispara desde el balcón a varios prisioneros mientras fuma un cigarrillo, conocida por los locales como la “Casa Gris”, es una de las mansiones que aún se levantan alrededor del campo y que fueron ocupadas por los oficiales nazis.
La “Casa Gris” permaneció cerrada y a la espera de un comprador hasta hace pocos años, cuando un arquitecto de Cracovia la adquirió y se instaló allí con su familia a pesar de las protestas de agrupaciones judías que le pedían que la convirtiese en un museo.
Los terrenos que ahora podrán ser visitados y conocidos gracias a paneles explicativos y recorridos guiados estuvieron a punto de caer en manos de la especulación inmobiliaria y, debido a su vegetación exuberante, eran un lugar de esparcimientos habitual para los vecinos, que hacían deporte o paseaban al perro entre las lápidas resquebrajadas de los antiguos cementerios que había en el campo.
El alcalde de Cracovia, Jacek Majchrowski, que ha regido Cracovia durante décadas, considera el museo como su legado y decidió finalmente concluir el proyecto para evitar futuros planes de urbanización por parte de su sucesor.
Al otro lado de la carretera de entrada al campo se levanta Bonarka, uno de los mayores centros comerciales de Polonia, y en el perímetro de Plaszów está el cráter de 400 metros de diámetro que dejó la cantera de granito donde trabajaron miles de prisioneros.
Se cree que aún permanecen diseminados los restos de unas 10.000 personas en este lugar y hasta hace poco no era raro encontrar huesos semienterrados o restos de quienes dejaron su vida en Plaszów.
Restaurando un pasado cercano
Tras el cuidadoso trabajo de restauración, ahora es posible visitar lugares cargados de dramatismo como la llamada “colina de los idiotas”, un altozano destinado a fusilar a las personas que serían arrojadas en la inmensa fosa común situada a solo unos metros.
Las condiciones de trabajo y el régimen de terror impuesto por Goeth eran tales que ni siquiera se construyeron letrinas para mujeres o niños, pues habitualmente morían a los pocos días de su internamiento y ni siquiera recibían la ración completa de un litro de sopa al día y un kilo y medio de pan por semana asignado a cada prisionero.
A pesar de que Goeth mandó destruir todos los barracones y enterrar las herramientas del campo, así como quemar todos los papeles que le pudiesen inculpar, no se salvó de ser ahorcado tras un juicio sumarísimo muy cerca del lugar donde había exterminado a tantos inocentes.
Ada Abrahamer, una de las escasas supervivientes de Plaszów, dejó escrito su testimonio de coraje, que fue leído durante la ceremonia de apertura del museo: “es extraño cómo los fuertes tuvieron que rendirse y los débiles, que nunca pensaron que iban a resistir, terminaron siendo aún más fuertes”.