México.- Para alimentar a los 10.000 millones de personas que poblarán el planeta en 2050 se necesita un incremento del 50 % de la producción global de alimentos en los próximos 32 años, tarea titánica en la que las llamadas semillas mejoradas pueden ser clave.
Estas semillas se vislumbran como la esperanza para asumir el reto, puesto que garantizan la resistencia a plagas y sequías y aportan las propiedades nutricionales necesarias para la alimentación del ser humano.
“Como humanidad enfrentamos varios desafíos tanto por el crecimiento poblacional como por el cambio climático y por cuestiones de sustentabilidad tales como el deterioro de los suelos o el uso excesivo del agua para la agricultura”, asegura a Efe Kevin Pixley, director del programa de recursos genéticos del Centro Internacional del Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT).
Por esas razones, esta institución dedicada a la seguridad alimentaria está tratando de paliar estos efectos “a través de tecnologías aplicadas en nuevas variedades”.
El especialista explica que en el CIMMYT se desarrollan nuevas variedades de semillas con mejora nutricional, resistentes a plagas y altas temperaturas y a exceso de lluvias, e incluso se realiza una selección de plantas de maíz resistente al granizo.
Añade que el no desperdiciar alimentos y consumir menos carne contribuye en buena medida a poder alimentar a los 2.000 millones de nuevos habitantes que están por llegar, según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés).
Esta organización también proyecta que en 2050 se necesitará aumentar la producción de alimentos un 50 %.
En esta línea, Aureliano Peña Lomelí, profesor e investigador del departamento de fitotecnia de la mexicana Universidad Autónoma Chapingo (Uach), explica a Efe que todas las variedades de semillas que se usan tanto en la agricultura tradicional como de mercado son variedades mejoradas; lo único que cambia es el método, quién hace el mejoramiento y el propósito por el que lo hace.
Destaca tres métodos: selección, hibridación y transgénicos. El primero de ellos generalmente lo realizan los agricultores y consiste en seleccionar a los mejores individuos, sembrarlos, volver a seleccionar y repetir el procedimiento hasta que se obtiene una variedad con las características anheladas.
Por su parte, Pixley precisa que la hibridación se refiere a seleccionar los mejores individuos que se dan de la cruza de dos variedades, obteniéndose otro nuevo ejemplar llamado “híbrido”.
“Por ejemplo, podemos tomar una planta de maíz que tiene alto rendimiento y cruzarla con otra planta del mismo grano que tiene tolerancia a altas temperaturas para obtener una variedad híbrida tolerante a altas temperaturas y con un alto rendimiento”, detalla.
Tras estos dos métodos, solo queda el más controversial, el transgénico. Se trata de la inserción de un gen de una especie ajena en otra especie distinta.
“Lo que se hace es tomar el ADN e injertar uno o varios genes que provienen de otra variedad con características que se quieran tener en la nueva semilla”, explica a Efe Arturo Silva Hinojosa, líder del Sistema Semilla para África y Latinoamérica en el programa global de maíz del CIMMYT.
Asimismo, agrega que “aquella semilla a la cual se le han introducido genes de otras especies puede ser una variedad híbrida, de selección o criolla”.
En opinión de Peña Lomelí, las variedades transgénicas no son ni buenas ni malas.
“Claro que su uso conlleva un riesgo, como todo, pero si resuelven problemas siempre hay que pensar en la posibilidad de usarlas. En mi opinión el riesgo más grande de los transgénicos es que no son nuestros, es una tecnología de las compañías transnacionales”, considera.
Si bien las semillas híbridas son más resistentes y tienen un mejor rendimiento, el precio también difiere. Por ejemplo, mientras un kilo de semilla mejorada por selección de avena o frijol cuesta unos 20 pesos (1 dólar), en contraste la misma cantidad en híbrido vale unos 200 pesos (10 dólares).
Por ello, destaca la importancia de potenciar el presupuesto nacional hacia la investigación dentro de instituciones y empresas semilleras nacionales a fin de disminuir el costo de las semillas mejoradas y que estas tengan fácil acceso a la mayoría de agricultores del país.
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