Por Juan Sebastian SERRANO /AFP
De día son publicistas, youtubers o trabajan en plazas de mercado. De noche esquivan lacrimógenos y bombas aturdidoras para aliviar a los heridos en los choques entre la policía y los jóvenes que protagonizan un inédito estallido social en Colombia.
«Hemos usado la camilla como escudo», relata un enfermero de 24 años que lleva dos semanas atendiendo a los caídos en las barricadas del Portal de las Américas, una estación de transporte del sur de Bogotá.
Desde el 5 de mayo manifestantes bloquean este punto de la capital colombiana en rechazo a la que denuncian como detención irregular de una decena de ellos. El sitio se conoce ahora como «Portal Resistencia» y es uno de los símbolos de la agitación social que desde hace un mes envuelve al gobierno del conservador Iván Duque.
«Veía en las noticias a diario la cantidad de heridos y me sentía impotente en la casa (…) decidí un día tomar mi botiquín y salir a ayudar», relata a la AFP una jefe de enfermería de 34 años que prefiere no dar su nombre por seguridad.
En un mes de protestas han muerto 46 personas, la mayoría civiles según la Defensoría del Pueblo. La fiscalía ha establecido que 15 de los casos tienen nexo directo con las manifestaciones, pero la ONG Human Rights Watch afirma tener «denuncias creíbles» sobre 63 muertes, 28 relacionadas con la crisis.
El 24 de mayo, Armando Álvarez, un médico que prestaba atención a los manifestantes en la ciudad de Cali (suroeste), fue asesinado a tiros a la salida de su trabajo. Ante episodios como esos, los voluntarios se guardan en el anonimato.
Desde una vivienda, vecinos iluminan una cancha de baloncesto donde la enfermera improvisa su consultorio. Mientras tanto un puñado de rescatistas se lanza hasta la primera línea, donde manifestantes armados con piedras y escudos de madera y hojalata se enfrentan a policías antidisturbios.
Llegan personas asfixiadas por los lacrimógenos o golpeadas con canicas, perdigones y bombas aturdidoras lanzadas por la policía. Los casos más graves son las lesiones en cara y ojos. La alcaldía de Bogotá reporta 33 de estas lesiones.
«¿Perdí el ojo?»
Los jóvenes manifestantes, que a diario llenan las calles para denunciar abusos policiales y exigir un Estado más solidario ante el agudo deterioro económico y social que trajo la pandemia, exigen «que cesen las noches de terror».
En el día ocupan la entrada de la estación de transporte. Cantan arengas, pintan la plaza aledaña y mantienen una olla comunitaria con donaciones. Cuando cae la noche llegan encapuchados que la emprenden a piedra contra la instalación. Los uniformados reaccionan con gases y aturdidoras. Una docena de manifestantes resisten el embate en la llamada «primera línea».
La noche del 22 de mayo un uniformado que custodiaba la estación quedó en «estado crítico» luego de ser impactado por una bomba incendiaria.
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La brigada de voluntarios se ubica a unos 200 metros de la zona de choques. El primer herido llega al punto médico a las 21H30 cargado por sus amigos. Una bomba de gas disparada desde lo alto de un edificio lo golpeó en el tobillo, asegura.
Detrás viene un manifestante que recibió un impacto en el hombro por un proyectil que no sabe identificar y otro que sufrió varios raspones cuando un policía trató de detenerlo. La multitud impidió que fuera capturado. La Defensoría del Pueblo está tras el rastro de 168 personas cuyo paradero se perdió en medio de las manifestaciones en todo el país.
Hay jornadas peores que otras, dice la enfermera. «Son cosas que mueven las fibras, escuchar a un chico preguntar: dime la verdad, ¿perdí el ojo?», relata.
Causa común
Sobre las 23H00 los manifestantes que se repliegan quieren levantar una barricada con ramas encendidas junto al consultorio. Un voluntario se acerca y los persuade de mantener la confrontación lejos del punto médico.
La brigada está compuesta por una docena de personas entre los 34 y los 18 años. Algunos tienen formación en enfermería o medicina, otros son voluntarios que han aprendido sobre la marcha o con familiares.
«Tengo conocimientos básicos en primeros auxilios (…) y siento la necesidad de aplicarlos en una situación como la que estamos viviendo en Colombia», explica un publicista de 32 años. «También he protestado», agrega.
«Una amiga mía fue agredida sexualmente por los policías de acá», cuenta otro rescatista, quien se une a la brigada luego de terminar su trabajo en una plaza de mercado.
El joven de 23 años trabaja en la informalidad, al igual que la mitad de los 50 millones de habitantes de Colombia. La pobreza afecta al 42,5% de la población.
Aunque las confrontaciones han afectado a los barrios aledaños, vecinos siguen donando insumos médicos y alimentos para los voluntarios.
«Nosotros estamos haciendo lo que la policía debería haber hecho: salvar vidas», asegura el rescatista.